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HIDE

Fe, Esperanza, Caridad

Tesis 27: “ Ahora quedan la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad ” (1Cor 13,13). Las virtu...

Tesis 27:Ahora quedan la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1Cor 13,13). Las virtudes teológicas de la fe, la esperanza y el amor como actitudes fundamentales que modulan la vida cristiana.

VIRTUD es una disposición habitual del hombre, adquirida por el ejercicio repetido de actuar consciente y libremente en orden a la perfección o al bien. La virtud para que sea virtud tiene que ser habitual, y no un acto esporádico, aislado. Es como una segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar, reaccionar, sentir. Lo contrario a la virtud es el vicio, que es también un hábito adquirido por la repetición de actos contrarios al bien.

Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.

Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. TRES son las VIRTUDES TEOLOGALES: la FE, la ESPERANZA y la CARIDAD (cf 1 Co 13, 13).

La virtud teologal de la FE es un don, una luz divina por la cual somos capaces de reconocer a Dios, ver su mano en cuanto nos sucede y ver las cosas como Él las ve. Por tanto, la fe no es un conocimiento teórico, abstracto, de doctrinas que debo aprender. La fe es la luz para poder entender las cosas de Dios.

El contenido fundamental de nuestra fe está fundado en el misterio trinitario (Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo) y pascual, creído y proclamado por la Iglesia. La fe es el libre adhesión del hombre al Dios vivo. Un Dios que se ha revelado en la historia como Padre, Hijo y Espíritu Santo. La fe es un don, que se desborda absolutamente al sujeto creyente. Es el gesto de un Dios que se une al hombre, ante que un gesto del hombre. Existe una dimensión dialogal con el Dios del amor y de la esperanza. Un Dios que viene a hablarnos en nuestro propio lenguaje humano. La fe es la respuesta a la palabra de Dios, palabra que humaniza, hecha verbo humano en Jesucristo, que pose un contenido concreto y se expresa en hechos concretos. La fe es mucho más que un asentimiento de verdades y de unos hechos considerados como revelados, la fe es la adhesión personal a un Dios personal.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica (1814 - 1816), la fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).

El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Concilio de Trento: DS 1545). Pero, “la fe sin obras está muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo. El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también PROFESARLA, TESTIMONIARLA con firmeza y DIFUNDIRLA: “Todos [...] vivan preparados para confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo [...] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

En el Antiguo Testamento, la Fe está visto como RELACIÓN FUNDAMENTAL CON DIOS, una respuesta personal a Yahvé. Israel emplea términos diferentes para designar esta relación: confianza, temor, obediencia, fidelidad. CREER significa “AMÉN”. Yahvé se ha revelado como “amén”, firme como la roca, seguro, en el que el hombre puede apoyarse. La fe de Israel se encuentra descrita por primera vez en los capítulos 4 y 14 del Éxodo. Ante los prodigios obrados por Yahvé, el pueblo creyó. La fe se convierte en memoria de las intervenciones de Dios en la propia vida.

En el NUEVO TESTAMENTO es la ACOGIDA DE DIOS EN JESUCRISTO. Para JUAN, CREER es un RECONOCIMIENTO de que Jesús es el Hijo, el enviado por el Padre. La fe es ADHERIRSE FIRMEMENTE A JESÚS, aceptándolo como Cristo, como Señor, como el Mesías anunciado por los profetas. Para Pablo, la fe es la ACTITUD POR LA CUAL EL HOMBRE y LA MUJER RECIBEN LA GRACIA DE DIOS EN CRISTO y en él son JUSTIFICADOS.

Todo acto de fe, tiene como centro, fundamento y término final el ministerio de Cristo. Siempre hace referencia al acontecimiento salvador de Cristo. El cristocentrismo de nuestra de nos remite a la Trinidad que Cristo ha revelado, la fe es fundamentalmente trinitaria. CREER: no es simplemente aceptar un mensaje o una doctrina sino aceptarla como palabra de Dios. La fe es creer a Dios, es una relación personal con le Dios que habla. La fe es unitariamente: El contenido de verdad objetiva (fides quae), el acto de adhesión personal (fides qua).

El acto de fe teologal es libre. El hombre, al creer debe responder voluntariamente a Dios. Nadie puede ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad porque el acto de fe es por su misma naturaleza voluntario. La fe ahonda sus raíces en lo más profundo de la libertad del hombre, en la opción fundamental: Opción: ya que el hombre da a su existencia un sentido nuevo; Fundamental: pues la fe es el fundamento y raíz de toda la vida sobrenatural.

El acto de fe es absolutamente cierto y firme: la absoluta certeza de la fe sólo se explica admitiendo la iluminación interior de la gracia; la fe supone un compromiso y consecuencias en la vida de una persona; el acto de fe ha de tener su certeza es firmísima e infalible; la opción de la fe sería imposible psicológicamente sin una certeza absoluta.

El acto de fe es oscuro: Paradójicamente la fe es absolutamente cierta y esencialmente oscura. Heb 11, 1: “La fe es prueba de las realidades que no se ven”. La fe oscura, porque carecen de la evidencia clara.

El acto de fe como virtud y como acto es sobrenatural. Porque su objeto es el misterio de Dios revelado en Cristo, porque el motivo formal es la autoridad de Dios que se revela. Vaticano I dice que la fe es como respuesta a la revelación divina. Mientras en Vaticano II dice “Cuando Dios se revela hay que prestarle la obediencia la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios”. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios. Aspecto existencial de la fe, entendida como respuesta personal del hombre y compromiso de todo ser.


La virtud de la ESPERANZA según el catecismo es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23).  “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7).

La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad. La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18).

La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.

Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). 

La CARIDAD es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Jesús hace de la caridad el MANDAMIENTO NUEVO (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos “hasta el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). 

Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10). Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).

El apóstol san PABLO ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7). Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy...”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma... si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13).

El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino. La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn4,19)

La caridad tiene por FRUTOS el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.

(gracias manuel por prestar el tema)

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