Tema 3 . Como todo lo que afirman los autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente,...
¿Qué significa cuando digamos que la Escritura es inspirada? ¿El Espíritu Santo hablaba o dictaba a los autores de la Escritura lo que hay que escribir? ¿Quién es el autor de la Escritura - el hombre o Dios? ¿Qué es la inspiración? ¿Y sí la Escritura es verdaderamente inspirada, qué implica esto? Por ser inspirado por el Espíritu Santo, ¿se puede tener un error en ella? ¿Cuál es la verdad de la Escritura? Toda esta pregunta nos lleva a elaborar lo que dice el Dei Verbum 11 - 12.
En el ANTIGUO TESTAMENTO no habla explícitamente de la inspiración, pero habla del carácter divino, y del origen divino. Dios hablaba con los profetas y los profetas habla al pueblo lo que Dios le decía. En los libros de los profetas, las palabras de Dios son puesta en las bocas de los profetas. Los judíos eran convencidos que los oráculos de los profetas no eran solo oráculos sino el libro también - el oráculo escrito - era Palabra de Dios. Tenemos los ejemplos "Palabra de Dios dirigida a ... Jeremías, Miqueas, Oseas... etc etc. O sea que EL Libro es de ORIGEN DIVINO.
En el NUEVO TESTAMENTO aparece repetidas veces de forma implícita o explicita la convicción de que los libros judíos tienen origen divino. El NT considera que la Escritura del AT es palabra de Dios. Entre los textos que nos hablan de la inspiración de la Escritura son los siguientes:
2 Tm 3, 14‑16: Pablo pide a Timoteo que se mantenga firme en la doctrina que ha recibido y tenga confianza (v. 14). Luego, prosigue en el v.15: "y que desde niño conoces las sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia".
2 P 1, 19‑21: "Y tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana. Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque ninguna profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres, movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios”
Ninguna profecía ha venido por voluntad humana, sino que los hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios. El Espíritu es el verdadero autor de la profecía tanto hablada como escrita. El NT se pronuncia formalmente sobre la inspiración divina de la Palabra de Dios, es decir, sobre su origen divino, no sólo del contenido de los libros de la Biblia, sino también del instrumento ‑las grafías‑ que lo conserva y trasmite. Dios mismo está en el origen de los libros sagrados ya que su Espíritu ha influido en ellos.
El concilio de FLORENCIA (1441) recoge la tradición iniciada en los Statuta y desarrollada durante toda la Edad Media, pero no repite solamente la fórmula tradicional de Dios autor de AT y NT, sino que introduce ‑ por primera vez en los documentos del Magisterio‑ la categoría de inspiración como razón y fundamento del carácter divino de los libros sagrados: "Profesa (La Iglesia) que el mismo y único Dios es el autor del AT y NT, es decir, de la Ley, de los Profetas y del Evangelio, ya que bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo hablaron los santos de uno y otro Testamento" (DS 706-707).
El Concilio de TRENTO se limitó a recalcar siguiendo a Florencia, el hecho de la inspiración bíblica, ya que no hubo mayor inconveniente con los reformadores.
La encíclica Providentissimus Deus (León XIII) fue publicada en un contexto de polémica con la ciencia. Existe la preocupación por salvar la verdad de la Biblia y en tono claramente apologético disipa las opiniones equivocadas, que atribuyen la inspiración sólo a algunas partes o contenidos de la Sagrada Escritura. También describe la común acción del Espíritu Santo y del HAGIÓGRAFO. El documento de León XIII señaló el comienzo de una extraordinaria floración de trabajos sobre la inspiración. Hechos como la creación de la Pontificia Comisión Bíblica y la fundación del Instituto Bíblico, dieron nuevo impulso a los estudios escriturísticos.
La encíclica Providentissimus Deus (León XIII) fue publicada en un contexto de polémica con la ciencia. Existe la preocupación por salvar la verdad de la Biblia y en tono claramente apologético disipa las opiniones equivocadas, que atribuyen la inspiración sólo a algunas partes o contenidos de la Sagrada Escritura. También describe la común acción del Espíritu Santo y del HAGIÓGRAFO. El documento de León XIII señaló el comienzo de una extraordinaria floración de trabajos sobre la inspiración. Hechos como la creación de la Pontificia Comisión Bíblica y la fundación del Instituto Bíblico, dieron nuevo impulso a los estudios escriturísticos.
La encíclica Divino Afflante Spiritu (Pío XII, 1943) subraya lo peculiar del autor humano el cual no queda suprimido por la actividad del Espíritu Santo. El Papa exhorta a los exegetas a estudiar a fondo las condiciones de vida del hagiógrafo, las fuentes que utilizó, los géneros literarios que empleó, etc. (cfr. DS 2293-2294). “Ellos, partiendo del hecho de que el hagiógrafo en la composición de libro sagrado es el órgano o instrumento del Espíritu Santo, pero instrumento vivo y dotado de inteligencia, destacan con toda razón que dicho instrumento, impulsado por la moción divina, usa de tal forma de sus facultades y de sus fuerzas que todos pueden fácilmente darse cuenta por el libro, que es su obra, de la índole propia de cada uno, con sus rasgos y características particulares”.
Desde los Santos Padres hasta la Divino Afflante Spiritu, los hagiógrafos son instrumentos por medio de los cuales Dios (Autor) escribe su palabra. Se utilizan como ejemplo instrumentos musicales, pictóricos, órganos corporales, etc. La dificultad de esta analogía es que el hombre no es un instrumento inerte, sino vivo y libre.
Otra analogía sería la del DICTADO. No se trataría de un dictado mecánico, que anularía la actividad humana. Así lo han entendido algunos autores a lo largo de la historia que Dios pone el contenido, las ideas, el pensamiento, y el hombre las palabras, el estilo.
SANTO TOMÁS emplea el esquema aristotélico de CAUSALIDAD. Dios es la causa principal y el hombre es la causa instrumental. La causa principal es aquella que actúa por virtud propia, la instrumental solo actúa en virtud de la moción recibida de la principal. En el instrumento distinguimos una doble acción: la conforme a su naturaleza y la elevada por el agente principal. El resultado de la colaboración de ambos debe atribuirse a los dos aunque de un modo diverso. La capacidad del agente principal tiene un carácter permanente, mientras que la del agente instrumental es pasajera.
El CONCILIO VATICANO I, en su tercera sesión, el 27 de abril de 1870 respondiendo a ciertas tesis recientes que intentaba refutar, dio la razón concreta del carácter “SAGRADO Y CANÓNICO” de los libros bíblicos: “La Iglesia los tiene (los libros del Antiguo y Nuevo Testamento) como tales, no porque, compuestos por la sola industria del hombre, hayan sido aprobados por su autoridad, ni solamente porque contengan sin error la revelación, sino porque escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo tiene a Dios por autor y han sido entregados como tales a la Iglesia”. (DS 3006)
El VATICANO II volvió al enfoque primitivo. La Dei Verbum precisa que la acción inspiradora se ordena a poner por escrito la revelación. Así se afirma en el pasaje central del n.11 y en otros puntos.
La constitución presenta la revelación como la palabra divina mediante la cual Dios se manifiesta. Según la DV el OBJETO DE LA INSPIRACIÓN en relación con la palabra de la revelación es la FIJACIÓN Y CONSIGNACIÓN POR ESCRITO, mediante la cual la palabra de revelación se hace Escritura.
"Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia.
La intervención divina en la inspiración: Dios obra en los hagiógrafos y por medio de ellos. El Vaticano II abandonó el esquema tripartito de León XIII por el cual Dios iluminaba el entendimiento influía en la voluntad y asistía las facultades ejecutivas del hagiógrafo. Aunque es difícil desentrañar como entiende el Concilio el siempre misterioso vínculo humano‑divino en el movimiento inspirador, deja adivinar que se realiza por obra del Espíritu Santo que obra como perfeccionador de la revelación de Cristo, mediante sus internas sugerencias, dentro del ámbito más amplio del carisma de la revelación.
"Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería."
La doble autoría de la Sagrada Escritura: respecto a los autores humanos destaca la constitución DV cuatro elementos configurantes: la providencial elección divina, la misión que se les encarga de transmisores cualificados de la revelación, la plenitud de sus cualidades humanas que en nada quedan menoscabadas por el concurso de la inspiración, su verdadero carácter de autores.
La doble autoría de la Sagrada Escritura: respecto a los autores humanos destaca la constitución DV cuatro elementos configurantes: la providencial elección divina, la misión que se les encarga de transmisores cualificados de la revelación, la plenitud de sus cualidades humanas que en nada quedan menoscabadas por el concurso de la inspiración, su verdadero carácter de autores.
Llama la atención la supresión de la terminología filosófica "causa instrumental". La aportación más importante a este respecto es la introducción del término " Veri auctores". Esta sobria formulación constituye un acierto, no sólo por la eliminación del enfoque filosófico, sino porque la nueva fórmula describe mejor y con expresiones bíblicas la aportación humana bajo la acción inspiradora de Dios. En los esquemas preparatorios de la DV la autoría divina de la Sagrada Escritura recibió distintas denominaciones, se la llamaba a Dios "Auctor principalis, primarius, scriptor" en contraposición al "auctor inspiratus".
La fórmula final DIOS-AUTOR, HOMBRES-VERDADEROS AUTORES supuso una aportación madura pero un tanto confusa, ¿cómo podemos entenderla? Que Dios es autor de la Sagrada Escritura pertenece a la fe de la Iglesia desde antiguo. Estamos ante uno de esos atributos metafóricos y antropomórficos como el de hablar, reírse, airarse... etc., que se da propia y formalmente en el hombre y a Dios se le aplican en forma impropia. El AUTOR LITERARIO Y ESCRITOR en sentido estricto, es sólo el autor humano. Dios lo es metafóricamente, en cuanto produce mediante su acción en el hagiógrafo la obra inspirada. Dios SÓLO SE PUEDE SER AUTOR en sentido propio COMO CAUSA, NO COMO ESCRITOR. Dios es el autor de la Sagrada Escritura porque crea la historia de la salvación y porque decide que el relato pueda servir para las generaciones futuras. Él es plenamente autor de la Sagrada Escritura porque está en su origen como ideador y propulsor. Dios es el autor de la Sagrada Escritura porque quiere comunicarse a través del lenguaje humano y lo asume en toda su expresividad y creatividad. Dios es autor de cada uno de los libros en cuanto que éstos van dirigidos a la salvación y son elemento de revelación y comunicación.
La fórmula final DIOS-AUTOR, HOMBRES-VERDADEROS AUTORES supuso una aportación madura pero un tanto confusa, ¿cómo podemos entenderla? Que Dios es autor de la Sagrada Escritura pertenece a la fe de la Iglesia desde antiguo. Estamos ante uno de esos atributos metafóricos y antropomórficos como el de hablar, reírse, airarse... etc., que se da propia y formalmente en el hombre y a Dios se le aplican en forma impropia. El AUTOR LITERARIO Y ESCRITOR en sentido estricto, es sólo el autor humano. Dios lo es metafóricamente, en cuanto produce mediante su acción en el hagiógrafo la obra inspirada. Dios SÓLO SE PUEDE SER AUTOR en sentido propio COMO CAUSA, NO COMO ESCRITOR. Dios es el autor de la Sagrada Escritura porque crea la historia de la salvación y porque decide que el relato pueda servir para las generaciones futuras. Él es plenamente autor de la Sagrada Escritura porque está en su origen como ideador y propulsor. Dios es el autor de la Sagrada Escritura porque quiere comunicarse a través del lenguaje humano y lo asume en toda su expresividad y creatividad. Dios es autor de cada uno de los libros en cuanto que éstos van dirigidos a la salvación y son elemento de revelación y comunicación.
Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Si la Sagrada Escritura con tiene la verdad, ¿cuál o qué es la Verdad en la Escritura? ¿Qué verdad tiene la Escritura de los Cristianos?
El problema se planteó cuando el Judaísmo oficial negó la verdad cristiana, entendida en este sentido. Frente a él los primeros Padres de la Iglesia mantuvieron la perspectiva bíblica: hay plena armonía entre Antiguo Testamento y Nuevo Testamento; esté es la verdad de aquél. Pero en la segunda mitad del siglo II algunos filósofos greco-romanos atacaron duramente a la religión cristiana, precisamente por el flanco de la verdad de la Biblia, pero entendiéndola en sentido griego, es decir, identificando verdad con realidad natural e histórica. A ello respondieron los Apologetas, que aceptaron sus mismas armas, intentando demostrar que también en este sentido la Biblia era verdad. En la práctica ello significaba el alejamiento de la perspectiva bíblica de verdad. Más adelante encontramos a San Agustín. Retomó la posición de los Padres que le preceden acerca de la verdad de la Escritura como una verdad de orden formalmente religioso. Fue él quién, en el siglo V, declaró que el Señor pretendía hacer mediante la enseñanza bíblica, “no científicos sino cristianos”. Frente a ello recalcó la doctrina ya claramente anunciada en San Justino sobre la carencia de contradicciones en la Biblia. Fuera de esto, no hay en San Agustín ninguna afirmación que exija la exclusión de errores de tipo científico o filosófico. No es que él admita tales errores. Pero tampoco identifica la verdad bíblica con el concepto de una universal verdad griega que excluya todo error de ciencia.
Cuando el cristianismo se convierte en régimen de cristiandad al asociarse al Imperio Romano, se proclama la Biblia como compendio de todas las verdades, incluso las científicas, lo cual supone un paso atrás desde el concepto religioso que mantenía San Agustín. Con la Escuela de Salamanca, Melchor Cano, se subrayará grandemente la verdad absoluta de la Escritura como atributo primero de la Palabra de Dios. La razón era sencilla: Toda la fuerza demostrativa de la teología como ciencia procedía de la verdad incuestionable de los primeros principios, que eran las afirmaciones teológicas. De base se encuentra el presupuesto seguro de que la Biblia contiene verdades del mismo rigor en cada una de sus proposiciones, sean de ciencias naturales, historia, religión o filosofía. Así se llegó poco a poco a la tesis de una indiferenciada exclusión de error en la Escritura. La Biblia se convirtió en regla y norma de toda la realidad y cualquier conocimiento habría de ser contrastado con la Sagrada Escritura para comprobar su autenticidad. Este principio chocará frontalmente cuando los avances de las ciencias experimentales cuestionen los presupuestos bíblicos, como ocurrió con Galileo Galilei.
La Edad Moderna supuso un momento de tensión y escándalo para cuantos científicos descubrían las contradicciones de la Escritura y la realidad. Casos bien conocidos como el de GALILEO jalonaron de tristes episodios la historia de este problema. Galileo al formular su teoría del heliocentrismo chocó frontalmente contra el texto de Jos 10, 12‑14. Sin embargo, él nunca negó la verdad de la Biblia pero admite el posible error de su entendimiento. En su defensa Galileo utilizó esta frase, que es atribuida al Cardenal Baronio: "El Espíritu Santo pretende enseñarnos cómo se va al cielo y no cómo va el cielo". El problema que se agrava en el siglo XIX con el nacimiento de la historia como ciencia. Las afirmaciones de muchos historiadores fueron que la Biblia mentía o cuando menos se equivocaba.
En los finales del Siglo XIX circulan teorías sobre la Verdad de la Biblia que en general tendían a limitar la Verdad. En este contexto fue necesaria una toma de postura por parte de León XIII en su encíclica Providentissimus Deus en 1893. Él enseñó claramente la dimensión de la Escritura en qué se sitúa formalmente su verdad. Y esta dimensión la encontró en la enseñanza: los escritores sagrados no quisieron enseñar a los hombres estas cosas (la naturaleza íntima de las cosas que se ven), puesto que en nada les había de servir para su salvación. Según esta afirmación, el sujeto de la verdad bíblica no son todos los enunciados de la Escritura indiscriminadamente tomados, sino su intención de enseñar doctrinas conducentes a la salvación.
El Dei Verbum del Vaticano II se realizó el mayor cambio de perspectiva que se había dado desde los primeros tiempos de la patrística. Superando el concepto griego de verdad lógica (la verdad está relacionado con la esencia o naturaleza de las cosas, por lo que el modelo de verdad es la misma realidad; la verdad histórica o la propia verdad no eran sino partes de la verdad íntegra de la naturaleza), situaba la verdad de la Escritura en el ámbito de la efectividad de la palabra y la declaraba sencillamente una verdad que procura la salvación.
En los días del Vaticano II se enfrentaban en el seno del catolicismo dos concepciones antagónicas sobre la verdad de la Biblia. Por una parte, una mentalidad anclada en la doctrina clásica sobre la INERRANCIA se empeñaba en que el Concilio se pronunciara sobre la total exclusión de error en la Biblia. Por otra parte, se iba abriendo camino una corriente nueva que enfocaba la cuestión desde un punto de vista nuevo: el de la verdad de salvación. El Concilio no entró en la cuestión técnica del concepto filosófico de verdad, pero sus opciones resultaron decisivas para modificar el enfoque secular de la verdad bíblica según el modelo bíblico.
El Concilio adoptó una actitud positiva ante el problema. Hasta entonces se había hablado de inerrancia bíblica. Un tratamiento eminentemente apologético cedía el paso a un planteamiento positivo: la interpretación de la Escritura debe tratar ante todo de descubrir y explicar la Revelación y la realidad salvífica que Dios nos ha comunicado en Jesucristo. No se acude a la Escritura simplemente porque no se equivoca, sino porque en ella se nos permite encontrar el “Verbum salutis”, la Palabra de salvación. Es importante destacar que el Concilio no introduce ninguna limitación material en la inspiración. El Concilio nos ha dado una doctrina, no ha querido construir una teoría.
“Como todo lo que afirman los hagiógrafos o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra. Toda la Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, reprender, corregir, instruir en la justicia; para que el hombre de Dios esté en forma, equipado para toda obra buena.” DV 11b
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Por que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios."
DOCUMENTO COMPLETO: DEI VERBUM
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